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Tierra fértil

  • Foto del escritor: Escritora MC
    Escritora MC
  • 29 ago 2023
  • 4 Min. de lectura

Me resulta sorprendente la naturalización que todos hicimos del odio. Tan naturalizado, que las personas que odian creen que cualquier espacio es lugar fértil para tirar su semillita y sembrar, así, más odio. Tan naturalizado que, cuando nos sentimos tocados por el odio "inocente" de ese otro en ese espacio, elegimos no decir nada porque hacerlo implicaría ganarse la medalla de conflictivo o de foráneo.

El odio se aprende en casa. Se escucha en los comentarios de papá y mamá, de los tíos, de los abuelos. El odio se alimenta con horas de medios de comunicación, redes sociales, TV, estratégicamente elegidas por el odio que ya tenemos instalado para que sigan reforzando nuestros estereotipos y prejuicios y nos repitan una y otra vez que tenemos razón en odiar.

El odio se repite, sin pensar, sin analizar. ¿Para qué hacerlo? Si en lo que consumimos nos dictan las oraciones exactas que tenemos que reproducir ante un eventual conflicto. El odio se esparce en oraciones cortitas, pegadizas, fáciles de recordar, jocosas, que invalidan la existencia y la dignidad del odiado.

Pero (casi siempre) el odiado no tiene cara. Tiene rasgos. Muy generales. Casi ajustables. Porque en el combo del odio barato, nos venden un pack que habilita nuestra idea de superioridad por sobre cualquier persona a la que pueda atribuirle las características de mi paquete. Y esas características pueden ser colocadas donde necesite cuando necesite, porque algo no me cayó bien. Súper interactivo.

Sí. Mientras leés esto, estoy segura de que vinieron a tu cabeza esos rasgos. Y pensaste en un color. Pero no de piel, de alma. Y pensaste en un partido político. Y también pensaste en una herramienta de jardín. Y, si no lo hiciste, cuando leíste esta lista que acabo de hacer, súper genérica, estoy segura de que en tu cabeza se hiló la misma secuencia de imágenes que tuve yo.

Y el odio es eso: muchas personas en muchos lugares eligiendo el mismo objetivo sin saber por qué. Seguramente estarás formulando excusas mentales mientras intentás no enojarte porque te estoy diciendo que sos un ser odiante. Pero está bien, porque uno de los grandes logros de los formadores de opinión de estos últimos tiempos es hacernos creer que existe una división entre "nosotros" y "ellos", y que los buenos somos "nosotros" independientemente de qué "nosotros" sea ese.

Y andamos por el mundo extremadamente seguros de que pertenecemos a un bando correcto, bueno, trabajador, digno, mejor y que, del otro lado, "ellos" son todo lo que nosotros no somos: el bando incorrecto, malo, vago, indigno, peor... y odiamos. No lo queremos asumir, pero es el primer paso para soltar el veneno.

Tal vez, lo más triste, es lo que dije al principio: el odio nos convence de que cualquier espacio es terreno fértil para seguir sembrando odio, y no medimos ni pensamos el daño que hacemos cuando escupimos la oración graciosa y denigrante. Porque a veces pasa que, cuando soltamos la mano y esparcimos las semillas de la bronca y la condescendencia, calculamos mal el terreno. Y escupimos en la cara de alguien al lado nuestro que pertenece a "ellos".

Pero otra de las cosas fantásticas (en el mal sentido) del odio es que, en el momento en que descubrimos que entre "nosotros" hay uno de "ellos" que quedó en evidencia porque le molestó alguno de nuestros chistes simpáticos deshumanizantes, automáticamente queda afuera. Entonces, los "ellos" que habitan entre "nosotros", no abren la boca para no conflictuar. Y no abrir la boca es ser cómplice de campos y campos de odio recién sembrado.

La única manera de que esa semilla no crezca, es no ser tierra fértil. Es poner un freno. Es hacer notar que lo que se dice, afecta y ofende. Que es mentira ese lugar de superioridad moral que el odio dice que algunos ocupan. Que lo único que se escucha cuando se repiten las mismas oraciones una y otra vez, es vacío.

Vacío en la cabeza o en el corazón, no sé. Puede ser uno o el otro o ambos, en algunos casos. El odio nace donde se anuló el pensamiento. Donde las personas creen que son objetivas, pero están enredadas en un espiral de frases hechas que no admiten objeción. El odio vive donde no hay espacio para el amor. Donde no existe la capacidad de ver al otro como un distinto, que nació, se crió y vivió en una situación que nos es completamente ajena y desconocida.

El odio vive donde yo estoy segura de que tengo razones para odiar. Y de que mis razones son válidas, pero las de los otros no son válidas para odiarme a mi. El odio vive en el chiste insultante que los demás aplauden, porque todo está bien si se trata de expresar mi indignación con la existencia del otro, pero todo está mal si el otro se indigna con mi libertad de expresión.

El odio vive en nuestra seguridad de que nosotros no odiamos, de que sólo expresamos las cosas que nos molestan. Vive y se arraiga cada vez más fuerte con otros nombres: hartazgo, cansancio, indignación, bronca... "Estoy harta de...", "Estoy cansada de...", "Estoy indignada con...", "Me indigna que...", ¿cuántas de estas decís por día?

Prestá atención. Porque casi todas las que decís apuntando hacia alguien más, pueden ser odio. Y asumilo. Está bien, no es del todo tu culpa, pero sí es toda tu responsabilidad. Soltá el odio. Sembrá otras cosas. Escuchá lo que decís. Tus hijos, tus sobrinos, tus nietos están siendo inoculados con odio todo el tiempo. No seas un agente más de eso.

No es fácil. Pero se construye desde otro lugar (si es que deseás construir). Es un trabajo de todos los días.

Y, cuando seas un "ellos" en el medio de un "nosotros" y recibas el odio, hablá. Decilo. "Eso me molesta", "Eso me duele", "Eso es odio". Sabrán los demás si quieren ostraquizarte o escuchar. Verán los demás si están interesados en coexistir o si es más importante eliminar algunas existencias.

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