Arena
- Escritora MC
- 11 jun
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La cola hundida en la arena, los pies plantados en el suelo, las piernas pegadas al pecho y los brazos abrazándome. La espalda recta y el mentón apoyado en las rodillas, algunos mechones de pelo empujados por el viento, los cordones de mi buzo flameando cual banderines flacos y los ojos clavados en el mar.
El sonido de las olas golpeando contra las rocas y el burbujeo de la espuma desvaneciendo las carcajadas de mis hijos, mientras sus piecitos descalzos juegan a perseguir un oleaje que viene y se va. El cielo naranja. La silueta negra de las gaviotas a contraluz. Silencio.
Veo la paz. Siento esa calma. Mi cabeza detenida única y exclusivamente en la felicidad que me provoca la felicidad de los demás. Las piruetas graciosas de ese amado ser humano, realmente humano, mi compañero, jugando a ser payaso de mis hijos para hacerlos reír más. El amor que se expande por mi pecho. La tranquilidad. Silencio.
No hay murmullos desde el exterior. El viento empuja hacia atrás cualquier sonido que llegue desde cualquier lugar. Y los chicos corren y se ríen persiguiendo a su papá, que ya es todo agua y arena, una especie de hombre lodo texturado que todo lo va a ensuciar. Todo.
Y cierro los ojos y levanto el mentón para recibir ese último calorcito del sol que se esconde allá, en la línea del mar. Y sonrío porque estoy en paz. Finalmente estoy en paz.
Muchas veces creí haber domado mis tempestades. Pensé que, de una vez, había aprendido a dejarlo pasar. Todas fueron mentira. Era el amor de mi compañero, que mantenía la balanza equilibrada en el justo medio, lo que alejaba los nubarrones. Era mi hija, elevando un sable imaginario, clamando ser Juana Azurduy y gritando "a la carga mis valientes", lo que menguaba el viento. Era mi hijo, apoyando su frente en la mía, clavando sus ojos en los míos, lo que hacía salir el sol. Yo no domo mis tempestades, aún no. Pero elegí correctamente y tengo quienes lo hacen por mí.
Yo lo veo. Yo siento ese viento frío que golpea la cara. Pienso si, llegado el momento, eso hará que deje de escribir. Se me enfría el pecho. Siempre esperé que mis palabras pusieran orgullosos a mis padres como me enorgullecen las palabras de mi hija, incluso las que declama contra mí. Siempre deseé reconfortarme en ese calor. Aún así, nunca escribí por ellos, escribí para contarme a mí.
Apoyo mis manos en la arena que, como las palabras, permanece en el tiempo. Yo lo veo. Y hacia allá voy. La arena se escapa de mis manos como muchas veces hacen las palabras en mi cabeza, pero algunos cuantos granos quedan pegados en mí. Como las palabras que alguna vez me dijeron, como las que me trajeron hasta aquí. Sacudo mis manos, las palmeo porque he decidido que, como las palabras, esa arena no se viene conmigo. Que se quede en su lugar, a donde pertenece, como las palabras a quien las dijo.
Yo veo ese atardecer en el que me siento feliz porque puedo ver la felicidad de los que amo. Y veo esa playa en la que, los que amo, me ven ser feliz.
Hermoso! Me teletransporté en cada palabra 💖
Te veo, los veo en ese lugar en la transparencia de tus palabras …. Maravillosa. Gracias!