Mabel

Si Mabel fuese un color, sería naranja. Su presencia en cualquier escenario evoca alegría; es pura creatividad, aventura y energía; siempre arroja las palabras que llaman a la acción, no sin antes advertir los riesgos... para después sonreír y empujarte con entusiasmo a lo que te haga feliz.

Tal vez, en realidad, si fuese un color, sería azul. Ese azul de su amada Madre Teresa que inspira confianza y tranquilidad. Mabel tiene el don de la calma cuando es necesaria y es el lugar en el que la alegría se vive con serenidad.

Aunque también, si lo pienso, podría ser rojo. Muchas conversaciones con ella se vuelven intensas, y tiene pasión... una pasión que se vuelve obra de arte que te quita el aire.

En realidad, Mabel podría ser cualquier color y yo no podría ponerlo en palabras porque jamás fui buena para el arte y probablemente haya llegado a esta parte ya horrorizada de lo mal que utilizo los términos. Pero sí puedo poner en palabras lo que realmente es, que no es un color, no es una tonalidad, no es una sombra...

Mabel es inspiración. No recuerdo una sola vez en que no haya recibido de ella una sonrisa y un empujón, incluso en sus momentos más duros.

Mabel es aspiración. Obviemos la parte de la excepcional artista que vive en ella (yo pinté - arruiné - una Blancanieves con fibra), ya no aspiro a eso... Aspiro a haber aprendido bien lo que, sin querer, me enseñó.

Quiero detenerme aquí porque esto es delicado. Cuando yo era muy niña, vi a Mabel ser mamá. La vi ser una gran mamá. Y adelanté casi 30 años la mamá que iba a tener que ser yo. Sin tener la más mínima pista de eso, gran parte de la fuerza que yo encontré para ser esta madre que soy, tiene que ver con cada cosa que la vi hacer cuando yo aún era una niña.

Yo sé que cuando me frustro, lloro o me quejo por un médico, un trámite o una mirada de extraños, ella me entiende mejor que nadie, porque ella sabe exactamente de qué estoy hablando y, sin embargo, nunca se usó como referencia, nunca creyó que tenía todas las respuestas y nunca pormenorizó mi dolor...

Si Mabel fuese un color, sería un color que no existe porque es única en su especie. Es la tía divertida, la compañera de aventuras, la interlocutora que escucha, la voz de una experiencia cada vez más conocida, el hábitat del dolor y la fuerza de la resiliencia.

No había forma de convertir su brillo en un color que no opacara todo lo demás, así que se volvió pintora para regalarnos a todos un pedacito de su iridiscencia, enmarcada y con paspartú.