Shakespeare avisó
- Escritora MC
- 26 mar 2024
- 2 Min. de lectura
Una cosa que olvidan los saqueadores es que los pueblos tienen otra virtud además de la Memoria: la paciencia. Los pueblos son pacientes. Debieron aprender a serlo porque entendieron que en muy pocas oportunidades son prioridad.
Los viejos esconden sus tesoros y resguardan los secretos con paciencia, sin miedo. Duermen tranquilos porque saben que, en caso de que la muerte ronde y venga por ellos, sus tesoros y secretos serán resguardados por sus hijos y nietos que, con suerte, podrán restaurar cada cosa en su lugar.
Los pueblos son pacientes porque conocen su historia. Saben que el humo de aquella quema de libros se volvió lluvia que regó el suelo del árbol cuyo tronco daría las páginas de ese libro que cuenta cómo los ignorantes quemaron otros libros.
Saben que los escombros de aquel teatro derrumbado son los cimientos de ese nuevo puente que une las dos partes de la ciudad, para que los de allá puedan venir al teatro acá.
Saben que las palabras que fueron tergiversadas, prohibidas o manipuladas se vuelven carteles y gritos en las calles, mientras la gente festeja que lo saqueadores se van.
Los pueblos tienen paciencia para mantener protegidos los bustos en riesgo, las placas vandalizadas, los escritos prohibidos, las palabras olvidadas, las realidades borradas, las sonrisas arrancadas y, si no pueden protegerlos, tienen paciencia para volver a crearlos.
"¿Qué hay en un nombre? Lo que llamamos rosa olería tan dulcemente con cualquier otro nombre: igual Romeo, aunque no se llamase Romeo, conservaría la amada perfección que tiene sin ese título." Lo dijo Shakespeare hace 500 años, pero algunos aún no se enteran.
¿Qué hay en un nombre? Los pueblos sostienen pacientemente en el tiempo el recuerdo de lo que se hizo, de lo que se dio, de lo que se dijo, con o sin nombre. Y cuando la risa socarrona de los saqueadores encuentra su fin y vuelven los tiempos de la bonanza y el optimismo, entonces desentierran las alegrías recordadas, le ponen cara a los recuerdos conservados y elevan en proclamas los nombres de aquellos a quienes los violentos pretendieron borrar.
Los pueblos pacientes no se distraen de su paciencia. La ejercitan. La murmuran. Hacen cuentas. Y, de golpe, cada historia, cada recuerdo está ahí, brotando, siendo millones... como la quínoa en esta tierra.
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