II – Paraguay o cómo se dice “te quiero” con un insulto
- Escritora MC
- 3 jul 2023
- 3 Min. de lectura
¿Cuántos kilómetros son necesarios recorrer en un fin de semana para que cuente como amor? ¿Cuántas veces es necesario repetir un insulto al aire y al unísono para que se transforme en una proclama de cariño?
Claramente, no hablo del amor romántico ni del amor que urge. Ese se identifica fácilmente y, en la mayoría de los casos, termina en no amor. Hablo del amor que no se dice con palabras, que se mantiene con el tiempo y que suele tener algunas oportunidades excepcionales para que lo notemos, como si fuera un cartel de neón en el medio de la nada. Una oportunidad como ésta.
A lo largo del camino – “largo”, nunca mejor dicho – no paré de pensar cuánto amor había en el enorme sacrificio que estaban haciendo, no sólo vos, sino todos los que estaban arriba de un colectivo, atrapados en una cola interminable de color rojo y negro, que alentaba al sabalero que jugaba en Paraguay, y aquellos que, un poco más privilegiados, habían pagado un pasaje de avión para estar junto a un amigo.
Después de cada parada, saliendo de cada baño deplorable, comiendo los sánguches más caros del universo había una mirada cómplice, una sonrisa y un “Mona y la concha de tu madre”, variando de vez en cuando, para que el insulto no fuese aburrido.
Y era en tu sonrisa donde estaba el amor. Porque había un insulto. Claro. Pero era una forma categórica de verse a uno mismo como protagonista de una travesía por amor. Si ese versito que repetimos hasta el cansancio, ida y vuelta, no hubiese estado acompañado de una sonrisa cómplice, entonces habría problemas. Pero era en la punta de nuestras comisuras estiradas, cuando nos mirábamos, que se podía ver, sin necesitar zoom, que el sufrimiento no dolía tanto. Y que pesaba más la felicidad del otro que los 1200 kilómetros de ida, más los mismos de vuelta.
Tal vez, de todas las historias y reflexiones que escriba aquí, ésta sea la más literal. Al menos, literalmente, recorrimos Paraguay. Más Paraguay del que nos habíamos imaginado que íbamos a recorrer. Porque no alcanzó con hacer todos los kilómetros de ida, sino que fue necesario cruzar el país de oeste a este para poder regresar al nuestro. Y, de nuevo, “Mona y la puta madre que te parió”, para variar.
Lo importante es que estuviste ahí. Y no sé si pude decirte en algún momento lo orgullosa que me sentí de vos. Porque bien podrías haber puesto mil excusas, bien podrías haberme usado a mí de excusa o bien podrías haberte ido con una excusa, solo. Pero no. Hiciste de ese enorme sacrificio una oportunidad para demostrarle, no a una sino a dos personas, cuánto amor tenés y cuánto estás dispuesto a dar.
Y ahí estábamos los dos, con kilómetros de ruta delante de nuestros ojos, con litros de mate en el estómago y acalambrados hasta en los músculos que ya desconocíamos. Escuchando toda la música que pudimos. Haciéndonos pasar por sabaleros. Mirándonos y sonriendo. Insultando. Descubriendo podcasts. Haciendo silencio, por muy poco tiempo. Desmayándonos en la cama de un hotel para despertarnos pocas horas después a seguir viajando. Enamorados de la tierra colorada. Malinterpretando el GPS. Hablando estupideces para que no te durmieras después de un día entero en la ruta. Todo por amor.
No sé cuántas personas pueden darse el lujo de pedirle a sus amigos que crucen la mitad - literalmente la mitad - del país para estar a su lado el día de su casamiento. Lo que sí sé es que éste que se arriesgó a quedarse solo en Asunción durante la ceremonia, no sólo no quedó abandonado, sino que recibió amor de la forma más extraña. Porque, seamos sinceros, nosotros no fuimos los únicos que insultaron todo el viaje.
Comments