IV - Colombia o el "Encanto" de decidir que no hay nada de lo que no se hable

Desde que Valquiria empezó a volverse loca con los cuentos y las historias de Disney, vivimos sumidos en las fantasías de una app que tiene mil producciones que ofrecer, de las que nuestra hija elige ver siempre las mismas diez.

Y sospecho que, muy a mi pesar, vamos a recorrer muchísimos más países de la mano del imperio de Walter que los que nos gustaría pisar en persona. Pero, como no es la idea estar buscando lo negativo en todo, sino rescatando lo que podemos aprender, hoy quiero celebrar los espacios de conversación que habilitan todas las ficciones.

La historia de la familia Madrigal es la historia de muchas familias que conocemos: un pasado doloroso, una superación ficticia, la imposición de guardar los secretos familiares y no tocar los temas que hacen recordar y todo el sufrimiento y daño que eso genera.

Y después de cada canción de los protagonistas, empezamos a identificar cuál de nuestros familiares asumió el rol de fuerte, cuál es el que cumple con las expectativas de perfección, quién no encaja y quiénes guardan silencio y actúan como guardianes y perpetuadores de un secreto que, de a poco, nos consume a todos.

Hasta que ese que no encaja, precisamente porque se siente un extraño y ajeno, hace las preguntas que pone incómodo a todo el mundo. ¿Qué pasó con Bruno? ¿Por qué no hablamos de él? ¿Por qué no está? ¿Qué sabe? ¿Qué no podemos saber?

Abrir las puertas que tienen candado y habitar los dolores que no son nuestros para sanarlos, sana a los demás. Hacer las preguntas y obtener respuestas, aunque no sean las que buscamos y abran heridas más grandes, ayuda a entender, a comprendernos.

Sí, es horrible esa sensación de destrucción que se siente al develar el secreto. Da mucho miedo ver toda una estructura que lleva años en pie y que se sostenía basada en el silencio y el miedo a saber, derrumbarse ante nuestros ojos.

Pero como lo hablamos muchas veces, no se puede construir nada nuevo, no se pueden arreglar los cimientos, sin tirar antes todo lo que se construyó sobre el miedo y la autoridad. Y el derrumbe es catastrófico, es ruidoso, hace polvillo, ensucia y empaña todo alrededor.

Y, entonces, cuando el polvo se disipa, cuando los cimientos ya no crujen y sólo quedan las ruinas, aparece la claridad. Con paciencia, se remueven los escombros. Hace falta un trabajo muy duro, pero es la única forma de empezar a construir con bases sólidas.

Nosotros decidimos que, en esta familia, no hay nada de lo que no se hable. No hay tema que nuestros hijos no puedan tocar. No hay punto que nosotros no podamos plantear. Elegimos ser sinceros respecto de cómo fueron y cómo queremos que sean todos los vínculos.

Decidimos que, igual que esa Colombia golpeada por una historia llena de sufrimiento, al final, no perderemos el color ni el ritmo. Se habla de las injusticias, se habla del dolor, se habla del miedo, se habla del amor... se habla, café (o mate) de por medio.

Se baila, incluso en la tristeza. Se construye, sobre la verdad y la memoria. Se confía en que estamos entregándoles a nuestros hijos las herramientas para que puedan gestionar sus emociones y no tengan que cargar con los traumas que sus antepasados fueron incapaces de procesar.

Y los hacemos libres. Y nos liberamos nosotros. Y caminamos más livianos. Y el pasado no se niega, se abraza y se hace parte de nosotros. Y nos convertimos en personas que ponen la mirada en lo que viene, que saben quiénes son y que no tienen miedo de mirar hacia atrás.