I – Burundi o ser lo que no se es
- Escritora MC
- 3 jul 2023
- 4 Min. de lectura
Un día, encuarentenados, te sentaste detrás de la barra y yo me paré del otro lado. Así, cara a cara, te conté de un periodista que había recorrido la ruta de la seda y que escribía relatos exquisitos acerca de algo que conocemos muy poco: África. Con todo mi amor y toda tu atención, te leí acerca de Rwanda y comenzamos el viaje imaginario, pero realmente doloroso a través de naciones devastadas por un odio que sólo la conveniencia de un tercero pudo sembrar y aprovechar.
Luego de cada relato que leíamos juntos, me quedaba pensando. Hablábamos de la historia de las naciones, pero yo pensaba en la historia de los hombres. Y cómo unas son de los otros y las dos, son lo mismo.
Burundi, aquel país del que aprendimos que nació a inicios de la segunda mitad del siglo XX y que es uno de los más pobres del mundo, me inspira este capítulo I. Burundi, aquel país cuyo nombre significa “la otra Rwanda” y que hereda su nombre de la conquista belga. Esos belgas que identificaban la región porque no era Rwanda.
Me quedé pensando ¿por qué? No, no por qué los belgas la llamaban así. Es claro que para los europeos es más fácil identificar las cosas por las similitudes (a veces muy forzadas) que tienen con lo que ya conocen, que por alguna característica particular propia. No. Me quedé pensando por qué una nación, al fulgor de la lucha independentista y al calor de la victoria, en el momento clave de elegir su nombre, no lo hace.
¿Te diste cuenta? No eligen un nombre. Se quedan con el nombre que les asignó quien los sometió durante tanto tiempo, en lugar de emanciparse simbólicamente declarándose la República Soberana de “algo”. Son independientes, pero mantienen el nombre exacto de la colonia. Su identidad sigue dependiendo del ojo de un tercero, que ya no está, que fue vencido, pero que les dijo y los convenció de que son “no ser Rwanda”. Y ese discurso caló tan fuerte en ellos que no pueden existir si dejan de ser lo que no son, para ser otros: no pueden dejar de ser “no ser” para ser lo que son, porque lo que son es no ser.
Parece un capítulo de Dark, pero no.
Perdón por el enredo y la introducción larga, pero lo necesitaba para llegar a esto que me pasé noches pensando y que me abre a escribir otra vez: ¿cuántos de nosotros somos “la otra Rwanda”? ¿Cuántos de nosotros nos criamos colonizados por el punto de vista de alguien más y silenciamos nuestra verdadera identidad porque la visión del otro nos había conquistado? ¿Cuántas personas conocemos que viven en esa identidad tercerizada y cuántas alcanzaron la real emancipación?
Yo fui Burundi. Mucho tiempo. Y lo digo con el cuidado que se debe tener al expresar estas cosas, porque ser “no ser Rwanda” tiene que ver con el lugar desde el que nos bautiza el conquistador, pero también, con ese espacio de nuestra identidad que entregamos voluntariamente cuando ganamos nuestra guerra de independencia y que nos hace igualmente responsables. Y asumir esa responsabilidad es el primer paso para que nos preguntemos: si no soy ese algo que no es “equis”, ¿qué soy? ¿Cómo dejo de existir en relación a la existencia de algo más para convertirme en un ser que se relaciona con lo demás?
Conozco muchos Burundis. Algunos ya eligieron nombre nuevo: hay quienes destruyeron su identidad asignada para asumir una completamente nueva, real y fiel a sí mismos; otros deconstruyeron un poco y abrazaron el ser lo que no eran, con lo que verdaderamente son. Otros aún no, aún nada. Algunos de esos que no, todavía no ganaron la batalla. Otros sí lo hicieron, pero temen perder su identidad si cambian el nombre que eligió el conquistador. Y el miedo es una cosa horrible. El miedo a dejar de ser, aunque sea lo que no se es, es paralizante.
Yo te conocí siendo “no ser Rwanda” y odiándolo. Odiándome. Tu amor, tu compañía y tu comprensión me ayudaron a desandar años de colonización y a abandonar esa identidad dolorosa de ser la hija que no, la hermana que no, la amiga que no, la mujer que no, para abrazar a ésta hija, ésta hermana, ésta amiga y ésta mujer, que ni sí ni no respecto de nada.
Gracias, no sólo por los efectos de tu presencia, sino porque habiendo tenido la posibilidad de colonizarme durante mi guerra civil y de entrometerte en la fragilidad de mi identidad para también decirme “sos lo que no sos para mí”, me dejaste concluir mi batalla, declarar la victoria y existir, ya no a pesar de mí sino conmigo.
Por los Burundis del mundo, te pido, nunca pensemos en nuestro hijo como “el niño que no… escucha” porque él, como vos y como yo (por suerte), no existe en relación a lo que no puede ser o hacer: él existe por amor, no nació en la conquista, y es y será lo que desee y haga para alcanzarlo.
Yorumlar