Normal
- Escritora MC
- 27 jul 2023
- 3 Min. de lectura
Hoy, en un nuevo capítulo de "Palabras que propician la inestabilidad emocional", la siempre utilizada y enemiga de los señalados, "NORMAL". Y sí, este blog va a estar lleno de publicaciones sobre palabras y oraciones que nos repiten a diario porque mi intención es que entendamos qué decimos cuando lo decimos y qué puede provocar en los demás.
"No te preocupes, va a poder hacer vida normal". "Lo que hace ese chico no es normal". "¿Va a un colegio normal?" Seis años de mi vida invertidos en cursar infinidad de materias pedagógicas me enseñaron que "normal" viene de "normalizar" que, a grosso modo, implica homogeneizar, que todo sea parejito, igual.
"Normal" es lo que sigue la norma, impuesta por vaya a saber Dios quién para, sabrá Dios también, qué fines. Y todo lo que no sigue la norma, lo anormal, está destinado a quedar afuera. Lo distinto, lejos. Que no corrompa nuestra imagen perfecta.
Lo gracioso (si es que da gracia) es que la normalidad es ficticia. Pasamos años de nuestras vidas viviendo en una sociedad que nos muestra qué hay que hacer para ser normal, y lo hacemos. Y después vamos al colegio a que nos digan cómo ser iguales en pensamiento, y lo repetimos.
Y luego tenemos un trabajo con reglas, una indicación de cómo comunicarnos con nuestros colegas, el impedimento de asistir con prendas partidarias o de un club de fútbol, y todo lo cumplimos. Todo. Para no ser señalados, para no destacar.
No importa si nos genera incomodidad, si no estamos felices, si va en contra de nuestros principios o, incluso, si nos lastima física o psicológicamente. Sabemos que peor es quedarse afuera y recibir la etiqueta de "anormal".
Y entonces, te convertís en madre de alguien fuera de la norma. Y tu hijo es anormal, con toda la carga negativa, pesimista y peyorativa que eso implica. Es muy probable que, después de parir, la primera vez que hayas escuchado la palabra, viniera adjetivando un resultado médico: "Los resultados no son normales" o "no actúa de forma normal".
Pero se pone peor, porque cuando te confirman un diagnóstico, vienen los pronósticos y las preguntas. Y, probablemente, la segunda persona que usó la palabra "normal" fuiste vos cuando preguntaste "¿Va a ser normal?".
Y no. No va a ser normal. Y deberíamos aspirar a que ninguno de nuestros hijos lo sea. Debería preocuparnos, en realidad, lo que le hacemos a nuestros hijos cuando pretendemos que encajen en un molde.
Deberíamos darles alas y permitirles explorar, preguntar, sorprenderse e incomodar. Deberíamos celebrarlo. Pero sabemos lo que, como cultura, hacemos con los anormales, y se nos viene el mundo abajo.
El lugar más de mierda donde lo vas a escuchar, ¡oh, sorpresa!, es la escuela. Un sin fin de individuos formados para formar a otros. Sí, formarlos: darles forma. ¿Forma de qué? No sé, pero sí sé que mi hijo no puede ni debe moldearse.
Y va a venir una directora y te va a decir que los docentes no están "formados" para "estas cosas", que no pueden "tenerlo" y que ya hay en el aula "28 alumnos y dos discapacitados" que, al parecer, no son estudiantes ni seres humanos. Y en ese momento vas a querer normalizarle las ideas de un cachetazo, pero te atenés a las normas porque sos educada.
Y sigue, y va a seguir. Ninguno de nosotros es normal pero la mayoría hemos sido normalizados. Todos somos distintos, individuos únicos en el más estricto sentido de la oración. Tenemos que aprender que hay tantas formas de existir en este mundo como personas que lo habitan y, la mayoría, están bien.
Yo sé que la homogeneidad da seguridad, es un poste anclado al piso del cual sostenerse (ese poste con el que "tienen" a nuestros hijos en el colegio y alrededor del cual les enseñan a moverse)... pero también ata, no nos deja ir más allá de la circunferencia que permite la cadena; también aburre; también deprime. Todo con la misma forma, todo siguiendo un patrón, no nos permite ver las maravillas que existen en la diversidad.
Nadie debería estar obligado a entrar en una cajita prefabricada. La existencia sería mucho más sencilla y agradable si no tuviéramos que cargar con las frustraciones, las marcas y los dolores que nos hicieron miserables mientras intentábamos encajar. No digas "normal".
No digas "normal". No digas "especial". Es lo mismo, pero con la cruel intención de hacerlo parecer cariñoso. No digas "capacidades diferentes", mi hijo no es Iron Man. Entendamos que el lenguaje es la base sobre la que construimos nuestra visión del mundo y la forma de vivir en él.
Cuanto más conscientes seamos de las cosas que decimos y de lo que implican, más fácil será convivir con los otros, darles espacio y entender la discapacidad. ¡Qué pesada! Sí. Nunca me gustó pensar normal.
Excelente relato para imprimirlo y pegarlo en el vidrio del baño para que, cada mañana, al comenzar el día y luego de lavarnos la cara, lo leamos y memoricemos cada una de esas palabras para llevarlas a cabo y enseñarlas a los demás.