Los discapacitados son un gasto
- Escritora MC
- 15 ago 2023
- 3 Min. de lectura


No quería meterme en el barro de las discusiones políticas después de unas elecciones tan raras. Pero este es mi límite.
Lo que pasó el domingo tras las elecciones nos dejó a todos sorprendidos. No sólo por el candidato más votado sino porque el porcentaje que obtuvo apareció como la llave para abrir una puerta que liberó monstruos llenos de odio que despotricaron con todo tipo de comentarios descalificadores, sintiéndose avalados por un 30%.
Esta idea que repiten como un mantra de "nada es gratis" y "yo te pago las cosas con mis impuestos", que caló tan hondo en mucha gente, habilitó algo que los padres en discapacidad y las personas con discapacidad conocemos bien: la violencia hacia las minorías y los más indefensos.
Mi hijo pertenece a esa minoría y nosotros, como su familia, también. Mi hijo con discapacidad es tan ser humano como el sujeto que vomitó esta opinión quien, con mis impuestos, puede estudiar en escuelas públicas y atenderse en hospitales cuando se siente mal. Y no tengo la necesidad de echárselo en cara porque me alegra que pueda hacerlo.
Entre tantas cosas que nos enseña la discapacidad, aprendemos la importancia de ponernos en el lugar del otro. De mirar al otro con los ojos del amor y la tolerancia. De ser solidarios, de invertir tiempo, dinero (obvio) y cariño en pos de mejorar la vida de ese otro. A resignar pequeñas cosas por el bien de alguien más.
"Si a ustedes les gustan tanto los discapacitados...". ¿Qué? ¿A vos te disgustan? ¿Pensás que el dinero de los magros impuestos que pagás está mal gastado en personas de segunda clase? La soberbia y la idea de superioridad de ese comentario me nublan por momentos.
No me quiero enojar. No quiero insultar. Se hace difícil. No logro comprender por qué culpamos a las personas por estar en una situación que no eligieron: la discapacidad, la pobreza, la indigencia, una enfermedad... No logro comprender en qué momento nos volvimos tan egoístas, egocéntricos y desalmados.
La justicia social, establecida como un mandato en nuestra Constitución Nacional, busca asegurar que todos los habitantes del suelo argentino tengan las mismas posibilidades sin importar ninguna otra cosa. Y lo llamativo es que las minorías estigmatizadas sienten su ausencia por todos lados, mientras que este señor y sus seguidores la ven en todos lados y la llaman "abominación". No está en ningún lado, pero está en todas partes.
La justicia social es amor. Un amor que, por acá, sobra; pero que, por allá, me cuesta identificar dónde está. La justicia social es un predicamento. Es desear y trabajar para la igualdad. Es no dejar a nadie afuera. Es con todos.
Entiendo que hay mucha gente en aquel bando. Lo lamento muchísimo si, leyendo esto, te enojás. No negocio uno solo de los derechos que el Estado, con todas sus falencias, le asegura a mi hijo y a tantas personas a lo largo y ancho del país. Deseo que lo haga mejor, pero que siga presente en la vida de todos los que necesitan una mano.
La vida de este lado es muy dura. Ni siquiera los familiares más cercanos saben cuánto duele, cuánto cuesta, cuántas lágrimas se lloran, cuánta fuerza se hace. Y sí, la situación que atravesamos como país no ayuda ni un poco. Está mal y hay que solucionarlo. Pero la solución nunca es dejar afuera a los más golpeados.
Rescato de este sujeto una cosa: hay muchas personas con discapacidad que quedan muy solas después de que sus papás dejan de existir. Construyamos un espacio en el que puedan habitar, sentirse amados y seguros y que permita que esos papás descansen en paz. Transformemos el "adóptenlos y manténganlos" en una política de Estado.
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